Busco Pueblos

sábado, noviembre 12, 2005

Fotos rumbo al Mijal




Pobladores de Altamiza

Familia Peña tejiendo

Camino a Tierra Colorada

Atardecer en Altamiza

El encanto de un bosque

Viajamos cinco horas desde Piura, 186 kilómetros, pasamos por el desierto que poco a poco se poblaba de algarrobos y se cubría de pasto seco. Luego abandonamos el asfalto para retomar la carretera afirmada, ella se abría entre los cerros y de vez en cuando seguíamos alguna quebrada aguas arriba. Avanzamos por el típico bosque seco, donde predominan los ceibos y árboles de escaso follaje. Pero mientras el bus se inclinaba en cada curva, termine en un sueño profundo.

El frío me despertó, y cuando observé por la ventana habíamos llegado a Chalaco. El GPS marcaba 2200 m.s.n.m. Este pueblo es conocido como el corazón del andino central de la sierra de Piura, con 27 mil habitantes es el distrito menos desarrollado de la provincia de Morropón. Posee varios pisos altitudinales que ambientalmente le permitirían diversificar su producción agrícola. Estos pisos van desde los 700 m.s.n.m hasta su punto más alto a 3500 m.s.n.m. Por otro lado su figura paisajística y sus costumbres lo convierten en un posible destino turístico.

Almorzamos para luego revisar nuestro equipo: Bolsa de dormir, carpa, GPS, linterna, alimentos, etc. Lo básico; mientras menos peso más ligero. Aunque mi preocupación iba por mi compañero de viaje.

Rumbo al Mijal

Mi compañero de viaje, Felipe Varela, conocido como el Chasqui, ha recorrido el camino inca en 108 días, desde Aypate (Ayabaca) hasta Puno, de norte a sur, 2345 Km. Y otras rutas como Loja-Ayabaca, Ayabaca – Cajamarca. El reto, más que llegar a la meta, era seguirle el ritmo. Estaba un poco preocupado, pero a la vez recordaba mis dos caminatas de Piura a Paita, 60 kilómetros de asfalto, algunas rutas por la sierra y mis caminatas casi diarias de 16 kilómetros en la Reserva Nacional de Paracas.Ya casi las 3 de la tarde, salimos de Chalaco, rumbo al Mijal, avanzamos 2 Km. por la carretera, como dirigiéndose al Distrito de Pacaipampa, luego cortamos por un camino estrecho, y conforme avanzábamos, el camino se llenaba de charlos, poco común para esta época del año, un camino lleno de encuentros con campesinos que te saludan y preguntan como si los conocieras de antes. Sobre todo si tu compañero de viaje lleva un “pututo” (caracol marino utilizado por los chasquis para comunicarse entre ellos).

El camino nos trataba bien, pero necesitábamos descansar. Claro, hay que tomar los puntos de referencia para verificar a que altura nos encontrábamos. Por lo general los puntos de referencia eran los ojos o caídas de agua.
Llegamos a nuestro primer punto, Tierra Colorada, un caserío de Pacaipampa. Y como en los tiempos del incanato, el chasqui, todo pocero se preparaba a tocar el pututo. Los más entusiastas eran los niños, ellos un poco tímidos se acercaban y murmuraban quién era aquel señor de gran calva. El sonido era intenso, como el mugido de una vaca, los niños se reían y corrían detrás de nosotros.

Llegamos a una tienda y compramos un par de gaseosas. Conversamos con los comuneros de la importancia de cuidar nuestro medio ambiente, sobre todo de proteger el último bosque que les queda, el bosque del Mijal.

Luego, buscamos una tienda con la esperanza de encontrar atunes, pero nada. Ya casi a la salida del pueblo, nos llamo la atención los tejidos de la familia Peña. El esposo, muy emocionado, nos enseñaba los tejidos de su esposa, y ella no dejaba de adular que bien nos quedaban los sombreros mientras tejía una “jerga” (alfombra para piso o bancas).
Nos despedimos y continuamos nuestro viaje hacia Altamisa, un caserío que en los últimos tres meses había asustado a “los extraños”. Claro la población estaba atemorizada y en alerta por los problemas mineros generados en la sierra de Piura.



Llegada a Altamiza


El camino súper ligero, y como siempre yo adelantándome para llegar lo antes posible y fotografiar uno de esos atardeceres. Eran las cinco y media y otra vez el chasqui anunciaba su llegada a Altamiza con el pututo, fácil que a la caminata se le podía denominar “La ruta del pututo”, pero me daba gusto ver como los niños corrían a recibirnos, claro hay que tener en cuenta que las visitas no son tan frecuentes y sobre todo la nuestra. Si no tomaba “la foto” mi jefa no me creería, pero bueno, al ver la reacción eufórica de los niños, me olvide de tomarla.


Conversamos con los pobladores por un momento, les explicamos el propósito de nuestra visita. Les comentamos que estábamos recorriendo la zona para levantar información y elaborar la hoja de ruta turística para el distrito de Chalaco, y los beneficiados que esta actividad generaría en sus caseríos. Luego de nuestro conversatorio, terminamos preguntando por una tienda para comprar los atunes. Descansamos un rato, mientras esperábamos a la señora de la tienda.


En ese momento no me importaban los atunes, lo único que pasaba por mi mente era la hora de llegar al vivero y contemplar el atardecer. Un rebaño de ovejas me llamo la atención, los seguí, dejando a mi compañero atrás, y conforme pasaba la curva de la carretera, ante mis ojos se abría el paisaje en su máxima expresión. Seis y cuarto de la tarde, hora exacta para que el sol empiece a descender, este se atrevía a regalarnos un espectáculo único.


Mientras el chasqui conversaba con algunos niños, yo disfrutaba de un atardecer impresionante. Se que cada momento es único, pero me convenzo más al tener esta maravilla de la naturaleza frente a mis ojos.


Partimos de Altamisa luego de comprar los atunes, ya no había apuro de llegar a Vista Alegre, pero nos dimos cuenta que la noche estaba nublada y que en el campo la gente duerme temprano. Llegamos al vivero, preguntamos a la señora si nos podía dar posada, pero dijo que no porque estaba sola, al fin, éramos un par de extraños. No logramos posada.Así que en busca de posada, de don Pablo, de nuestro recomendado, “a diez minutos nomás”según doña Herminia. Suponíamos que llegamos porque no había rastros de otra casa más, así que a gritar: ¡Don Pablo! ¡Don Pablo! Hasta que salió una anciana y nos comentó que don Pablo estaba delicado de salud, pero un poco desconfiado nos invitó a pasar. No pedíamos mucho, un techito y un par de bracitas, para calentar el cuerpo y fumar unos cigarros.


Mientras comía el atún. Escuche dizque un diálogo en la radio. Me di la vuelta y pude ver a una persona que caminaba dentro de la cerca de la casa, a penas se notaba su rostro. Este daba vueltas para averiguar quienes éramos. Escuchaba algunas conversaciones en la radio, muy familiares. Sonreí, al darme cuenta que la persona extraña con “handy” era Agustín, un compañero de trabajo.Lo llamé y conversamos un rato y para nuestra sorpresa nos comentó que nos salvamos de ser desalojados porque en la casa pensaban, que mi compañero de viaje y yo, éramos mineros.


Estaba cansado, no por la caminata, más bien por las cinco horas en el bus. A esa hora, 8 y 20 p.m., el cielo despejado, perfecto para observar las estrellas o para contar la historia de alguna constelación. Cansado, decidí dormir y esperar la mañana para salir rumbo al bosque del Mijal.