Busco Pueblos

lunes, abril 30, 2007

Tactago: Por un Pueblito de Amazonas

"Después de casi una década de ausencia regresé a sentarme en casa y respirar ese aire tranquilo libre de preocupaciones de fin de mes y días a la deriva".


Éste viaje era diferente, no llevaba cerveza a bordo y no esperaba recorrer el lugar de un extremo al otro, soló quería llegar y descanzar de todo ruido que suene a motos, autos, camionetas y buses; sí, todo aquello que se relacione a ciudad alguna.



Salimos un poco tarde, cerca de las 6 pm, de milagro encontranos un bus con destino a Tactago. Un pueblito ubicado en el distrito de Cumba, provincia de Utcubamba, departamento de Amazonas, en el NorOriente del Perú. Después de una hora de viaje por la carretera Victor Andrés Belaunde llegamos al puente Corral Quemado, éste se levanta imponente sobre el río Marañon y une el departamento de Cajamarca y Amazonas.




Luego cruzamos hacia la derecha y seguimos río arriba por una trocha carrozable por más de una hora. Pasamos frente a Corral Quemado, Cumba y finalmente llegamos a Tactago.Nos recibe una plazuela amplia rodeada de pintorezcas casitas de balcones altos. Este pueblito tiene 30 años de creación , nos comentaron que los primeros pobladores vinieron de Cajamarca a trabajar a la hacienda de Cumba pero la "Reforma Agraria" les permitió quedarse o adquirir estas tierras.



Al norte del pueblo pasa el caudaloso río marañon y al sur, dos quebradas de aguas cristalinas que invita a más de uno a descanzar en sus aguas. A 30 minutos del pueblo, avanzamos por un camino que nos conduce hacia unas piscinas naturales formadas por el paso de la quebrada "mojoncho" , estás están rodeadas de una exhuverante vegetación.
El paisaje verde se extiende a lo largo del valle en forma de arroz, frutales( cítricos) y cacao, principales cultivos de la zona.
El alcalde del pueblo nos invita a conocer el "cerro colorado", donde los pobladores han encontrado tumbas incrustadas en lo alto de este cerro, éstas están elaboradas a base de caña y barro. Seguramente tuvieron influencia de los Chachapoyas, pero no pudieron dar más información porque todavia no se ha realizado estudio alguno.


El paisaje típico de la selva norte del Perú, se ve reflejado en este pueblo, con sol todo el año es ideal para realizar camitas por la montaña, navegar en el río marañon o cabalgar por el valle. El final de nuestro viaje terminó en una invitación de los comuneros a la fiesta del pueblo para 25 de junio. Fecha que también celebrar el día del campesino. Con 30 grados centigrados, cerca del medio día, esperamos en la plaza a la única combi que nos llegará a nuestro nuestro próximo destino.

miércoles, marzo 28, 2007

Entre el desierto y el mar de Grau


Son cerca de las 6 de la mañana; en Piura, una ciudad al norte del Perú; el equipo de “LeighPerú” se alista para ganarle al día las mejores tomas y flashes que le puede dar la tierra del “eterno sol”.

Ya en el auto, Cesar nos recuerda si todos los equipos están en la maletera: Cámara de video, de fotos, trípode, baterías extras, refrigerio, etc., etc. Sin más, acelera, y a ritmo de música los 70’s le ganamos distancia a la pista. Después de 10 minutos llegamos a Catacaos, pueblito de artesanos conocido como la Villa Heróica. Aquí los artesanos transformar el oro y la plata, en bellas joyas; la madera y los palos en decorativos muebles; el barro en originales cerámicas; y el cuero en envidiables carteras. Todo aquello que usted se puede imaginar en artesanía Catacaos lo tiene. Las agujas de nuestro reloj avanzan y nuestro destino todavía no asoma.

Conforme avanzamos, el paisaje sorprende a más de uno. Ante nuestros ojos se abren una gran hilera de palmeras. Frenamos para comenzar a disparar los primeros flashes y realizar nuestra primera toma. Estamos a 20 kilómetros de Piura, en este lugar los pobladores se dedican a la agricultura. Han transformado el paisaje, casi desértico de nuestra costa, en grandes extensiones de agrícolas.

Estamos a la altura de la Arena, las risas y las bromas de nuestros acompañantes entretienen nuestro trabajo, supongo el más sacrificado. A 120 kilómetros por hora pasamos otros pueblos como la Unión, Vice, etc, uno más parecido al otro.

Estuario de Virrilá

Después de 30 minutos llegamos a Sechura, capital de la provincia del mismo nombre. Avanzando 40 kilómetros al sur de Sechura, por la antigua carretera panamericana, se ubica el “Estuario de Virrilá”. Según nuestra guía, único en su género en el Perú. Este estuario está formado por agua marina, que ha través del tiempo, se ha introducido en forma de río entre el desierto. Con 25 kilómetros de extensión es habitad natural de flamencos, pelícanos, gaviotas, cormoranes y otras aves marinas.

A las 10 de las mañana, nuestra asistente se estrelló contra la pista por salvar la funda del micro. Lo malo, es que no pudo recuperarlo.

Nos estacionamos a la altura del puente Virrilá, descendemos unos 10 metros y encontramos unas casitas de esteras, hogar de unos pescadores. Allí conocimos a don Manuel Sánchez. Hace 15 años el estuario se ha convertido en su hogar y lugar de trabajo, con la piel quemada por el fuerte sol de medio día, este hombre recoge en forma de pesca lisa, cangrejos y otras especies. Muy cerca, unas cuantas gaviotas se alimentan de las vísceras que don Manuel ha tirado. En este ecosistema el hombre ha aprendido a convivir con su entorno.

Algunas guías nos recomiendas realizar caminatas, paseos en lancha y Motocross pero debemos tener en cuenta que realizar turismo en áreas protegidas se deben seguir algunas indicaciones como: arrojar la basura en los lugares asignados, no molestar a los animales y respetar la señalización. Así estamos contribuyendo con nuestro medio ambiente.

Luego, seguimos por la panamerica hasta un desvío, avanzamos hacia la derecha. El paisaje casi desértico se vuelve a poblar por un pequeño bosque ralo de algarrobos, la pista invadida de polvo nos nuestra el mal estado de la carretera. A esa distancia se siente el olor a pescado mezclado con la brisa marina de medio día. Cerca de la pista se ubican las industrias de harina de pescado. Seguimos la pista hasta llegar a la caleta de Puerto Rico, avanzamos hasta una garita, la pista continua pero no es posible ingresar porque allí se encuentra la estación de petróleo de Bayovar. Nos recomendaron regresar a la caleta y tomar una lancha par continuar con nuestro viaje.


Encuentro con los lobos marinos

En la caleta preguntamos cuanto nos cobraban por transportarnos en lancha hasta Punta Loberas. 300 nuevos soles, fue nuestra primera oferta, a esa hora del día, pensamos q nuestro encuentro con los lobos marinos tenía una diferencia de varios cientos de nuevos soles. Pero viendo nuestro gran interés por llegar al sitio mencionado, un pescador nos consiguió una lancha por 50 soles. Gracias, “gato”, por apoyarnos. Habíamos llegado tan lejos para quedarnos con las ganas.

Ya en el bote, emocionados tratamos de ubicarnos en el mejor sitio. Los muchachos caballerosos le cedían la mejor tabla a “Luciana”.Aunque su mamá nos recordaba que si seguíamos con esas muy buenas intenciones terminaríamos en el fondo del mar, claro y no faltaban las risas. Pasamos por en medio de muchas embarcaciones estacionadas cerca de un pequeño muelle. Conforme nos alejamos de la caleta, el mar nos mecía con mayor fuerza. La vista hacia la caleta era casi perfecta. Los barcos artesanal colocados en un orden que sólo entiendes los pescadores se mecían de un lado a otro. Los pelícanos planeaban muy cerca de los botes y varias gaviotas volaban cerca de unas estructuras metálicas introducidas a más de 200 metros mar adentro, que sirven para desembarcar los fosfatos de bayovar o petróleo.

Dejamos atrás la caleta, y en contra de la marea bordeamos la bahía de Bayovar. Los pelícanos planeaban cerca de nuestra embarcación, nuestra cámara de video, tenía que registrar todo. Ahora el paisaje era perfecto, apenas se podía ver la orilla y conforme avanzamos las pequeñas playas fueron remplazados por acantilados que terminan en rocas de formas caprichosas, coronadas de blanco, producto del guano de las aves marinas. El mar aturquesado, chocaba con gran fuerza con las rocas y el chillido de las aves se confundía con el silbido del viento, es el sonido de la naturaleza que grita en nuestros oídos.

Isabel, nuestra compañera se dió cuenta que una animal de proporciones grandes entraba y salía del mar, al acercar el “zum” de la cámara me di cuenta que eran lobos marinos. Todos voltearon para verlos, de allí hasta Punta Nunura no dejamos de observar lobos marinos. Luego nos acercamos a otras embarcaciones para observar que especies marinas pescaban. Pero nuestros guías, muy criollos, se adelantaban a pedir algunas especies para filmar y tomar algunas fotografías. Luego estos iban a parar a su canasto, mismo pelícanos a bordo. Así, después de parar varias embarcaciones, logramos tener, pulpo, cabrillón, cabrilla, mariscos, calamar, caballa, trambollo, anchoveta y hasta un caballito de mar.

Es sólo un comentario fuera de lugar, porque todos los pescadores, no dudaron en obsequiar a sus compañeros del mar, algo de lo que pescaban. El mar provee a todos, hasta para compartir. Algo que también me llamó la atención, es la lucha constante de los lobos marinos con los pescadores; estos, antes de recoger las redes, invaden mismos piratas las redes para obtener de manera fácil su presa. “Es de todos los días por eso hay alguien que se encarga de ahuyentar a los lobos”, dice un pescador entre risas.

Navegando lo más cerca de las rocas podíamos observar a varios harenes de lobos, estos descansan en la falda de las rocas al igual que las inmunerables aves marinas. Punta Loberas y Nunura, es refugio de una rica fauna marina, desde los lobos de mar, los pelícanos, piqueros, cormoranes, gaviotas dominicanas, de franklin, gaviotines, chuitas, pingüinos de Humbolt, etc. Es un gran potencial turístico para esta región norteña. Aquí se puede practicar caza submarina y buceo. De aquí esta cerca punta Shode, Reventazón y Avic y la zona de Illescas, en los tres primeros lugares se puede practicar el surf. Illescas es una zona arqueológica, según estudios de campo realizados por los arqueólogos Mercedes Cárdenas y Carlos Milla, en el año 75, encontraron asentamientos sin cerámica, estructuras de bloques de piedra, aldeas de pavimento, morteros y algunas estructuras. Demostrando la presencia de el hombre desde el pre cerámico.

Regreso a Sechura

El bote giro para regresar a la caleta de Puerto Rico, la mayoría cansados se dieron una pequeña “siesta”. El balanceo del mar mareo a más de uno. El sol, a las dos de la tarde, no tiene piedad para quemarnos la piel. Algunos rojos otros más negros.

En la caleta almorzamos dos fuentes de ceviche y chicharrón de calamar, no paguen más de 30 soles, para la próxima ya sabemos que debemos esperar hasta Sechura. Con la barriga llena retornados a Sechura, pero antes hicimos una pequeña parada en Puerto Parachique. Aquí Giannina y Luciana, nuestras diosas del nuestra ruta, modelaron para nuestras cámaras. Continuamos por Matacaballos y la Bocana.

De regreso el sol de 4 y 30 de la tarde, tocaba delicadamente las crestas de las dunas. Ya cerca de Sechura, se podía apreciar las torres de la catedral; sus 44 metros de altura se levantaba imponente sobre la ciudad.

En la ciudad nos estacionamos en la plaza de armas, Cesar y yo bajamos para filmar el Templo San Martín de Tours, de arquitectura colonial, su construcción duró cerca de 30 años, y ha sido declarado patrimonio histórico nacional. En su interior se puede observar un altar tallado en madera y bañado en pan de oro. Su gran cúpula impresiona a cualquier. Debajo del altar mayor hay un túnel, dicen que llega hasta el mar (distancia entre la catedral y el mar 6 km.aprox.) pero no ha sido comprobado. Como toda iglesia antigua posee catacumbas.

A toda prisa nos dirigimos al museo Etnológico, ubicado en el monasterio Sagrado Corazón de Jesús de las Madres Benedictinas, no pudimos ingresar porque estaba en reparaciones. Una madre nos atendió y nos contó el trabajo de las misioneras en este pueblo.
Atardecer en los Manglares de San Pedro

El reloj de mi celular marcaba las 6 de la tarde, definitivamente el tiempo no pasa lentamente. Subimos el carro y a toda velocidad nos dirigimos a los Manglares de San Pedro. Después de 10 minutos llegamos a un desvío que nos indica el camino al manglar. Seguimos por una trocha hasta chocar con una gran muralla de mangle, luego lo bordeamos hasta que este desaparece.

Los manglares de San pedro pertenecen al distrito de Vice. Este es un ecosistema de humedales cuya formación se localiza en la desembocadura del río Piura hacia el mar, tienen una extensión de 300 ha. Y posee una importante biodiversidad biológica como 2 tipos de mangle, 70 especies de aves entre migratorias y residentes y diversas especies hidrobiológicas.

Este lugar es perfecto para los observadores de aves o birdwarching. Turismo que está creciendo y que se podría ofrecer en los circuitos turísticos de la región. El Perú cuenta con 1800 especies de aves registradas, y 109 sólo viven en el Perú. El departamento de Piura se ubica en el área de endemismo para aves tumbesinas, que es la tercera a nivel mundial y la segunda para la América.

El delicado vuelo de los flamencos alarga el poco tiempo que nos queda; mientras que las gaviotas se bañas en los rayos del sol de verano, la brisa marina y el desliz fuerte de las olas musicalizan una suave danza que sólo las aves lo pueden expresar en su vuelo.

El sol desaparece en el horizonte, y con los últimos rayos de luz guardamos nuestros equipos, pero antes, posamos para “la foto” que aparecerá en más de un “hi5”. A 120 kilómetros por hora, con la gasolina en reserva, agotados por el viaje retornamos a Piura, en la ciudad que a estas horas duerme el sol.
Fotos: César Leigh Barreto

jueves, marzo 16, 2006

Melodías de un mar: Cabo blanco


Me levanté con la esperanza de viajar a un lugar que me libere del estrés de un mes lleno de almuerzos y alumnos del distrito de Chalaco. Hace más de un año que llegué a ese pueblo, y no pierdo la oportunidad de tener algún falso contacto con ellos. Similar a mi estadía en Piura, han pasado 7 años y sigo aquí, aunque espero no por mucho tiempo.



Cogí un taxi a la terminal de Eppo, hice una llamada, compré mi pasaje, y espere un momento por si llegaran los platillos (1).Pensativo, sentí que alguien me observaba, y cuando encontré esa mirada me di cuenta que era una amiga de aquellos años de principios de universidad. Imaginariamente me trasladaron a mis tiempos de cachimbo, cuando mis preocupaciones no eran tan complicadas. La verdad trato de ser lo menos complicado y lo más transparente posible.

Ya en el bus me esperaban tres horas de viaje pero con el mejor compañero de viaje, “mi discman”, acortaría la distancia. Las melodías musicalizadas y esas letras casi románticas que sólo hablan del desamor trataban de decirme si hay soledad más allá de la muerte.

Con una canción de los años ochenta llegamos a Sullana, esa pequeña ciudad llamada la Perla de Chira, que hace siglos fue gobernada por un matriarcado, las poderosas capullanas y ahora guardan su belleza en las sullaneras. Pero más que su historia, esta ciudad es tierra natal de muchos amigos y compañeros de universidad que hasta ahora frecuento. El bus para, deja y recoge a otros pasajeros.


Cruzamos el túnel, el puente y su nuevo lago verde( la represa), a esta distancia el paisaje se volvía más familiar. Pasando por Querecotillo, un pueblo lleno de cocoteros y lugares campestres, “mi discman” pedía pilas nuevas, y aproveche para cambiar de disco, con la ligera esperanza de encontrar algún ritmo que me recuerde a una etapa de mi vida, o talvez quería encontrar una canción que se atreva a atrapar recuerdos, aquellos que empezaba a recolectar en este viaje. Me sentí un mendigo de recuerdos.

El verde desaparecía de mi ventana, en su lugar, una gran capa desértica se abría ante mis ojos. Cambiando de disco, un sonido a reagge me recordó a mi antigua pensión en San Felipe, y mi estadía como guardaparque voluntario en la reserva nacional de Paracas. Sí, aquel grupo chileno llamado Gomwana, me anuncia la llegada a Talara, la ciudad del petróleo.


Una ciudad levantada en cemento, nos invitaba a pasar sólo por un momento, mientras el bus nuevamente realiza su segunda parada. A esa hora mi discman marcó la sexta canción y en ese instante escuché la brisa de mar, luego las olas que se deslizaban una tras otra sobre la arena y una voz que decía: tengo un mal de amor por ti en el mar de amor que es Dios, es sólo una barca pequeña, es sólo una barca pequeña, este amor, mi amor por ti, tengo un mar de amor por ti, y yo lo quiero compartir para no estar más en soledad” ,así me quedé pegado en la canción y trataba de encontrar respuesta si el amor que tengo por ti es un mal de amor, y si es un mar de amor que siento por ti, es prueba que me cagó por ti, yo pensé que había pasado. Además en ese momento estabas a miles de kilómetros.

Así llegué al distrito del Alto, diría Silvia (2), un pueblo más de la costa norte, alguien por allí gritó quienes se quedaban, antes que este terminara de gritar yo estaba preguntando como hago para llegar a Cabo Blanco, por allí di un par de vueltas, por una tienda, una plaza, un mercado, hasta que un moto taxista me dijo que la "camioneta blanca" se dirigía a Cabo Blanco.

En la olla de la camioneta, acondicionada con dos tablas el pasajero puede viajar cómodamente, y con varios pescadores llegamos a Cabo Blanco. En la playa, dejé mi mochila en un lugar visible y fuí en busca de las olas. Dicen que Cabo blanco es el lugar perfecto para los surfistas, entonces te debes imaginar el tamaño de las olas; el agua es cálida, es sin lugar a duda, las olas con mejor curva.


El pueblo está formado por dos bloques; en el primero se encuentra el malecón, hospedajes y restaurantes, en la otra, un hotel, varias casas de pescadores, el muelle y embarcaciones de color blanco. Luego de jugar con las olas, de ir a su encuentro, de correrse de ellas, de dar variar vueltas debajo de ellas, agotado, me dirigí a unas rocas, justo al límite entre las dos playas. Me senté a contemplar el paisaje, era hermoso y cada vez que trato de dibujarla en mi mente me convenzo que es perfecto.

Entre esas rocas, buscando algunas conchas, piedras de colores, me di cuenta que este lugar no me recordaba a nada, será porque era único. Luego encontré un hueco lleno de agua, y en el fondo habían unas piedras de colores. Se me ocurrió meter la cabeza y sacar algunas piedras con la boca. Una vez dentro tuve la ligera impresión de estar desconectado del mundo, de mis problemas, de mis sueños, de mi vida y que Dios me liberaba de todas mis culpas, hace mucho tiempo que no me sentía limpio de cuerpo y alma.

Si la primera playa me agradó, esta me enamoró, era una musa dibujada por la mano de un pintor de antaño, perfecta en su curvas, en su calor, en sus caricias. Poco a poco te arrastraba entre sus olas, tú jugabas, ella susurraba cerca de ti, tú intentabas tenerla entre tus manos y ella desaparecía en forma de burbujas entre tus dedos. En ese momento le pedí a Dios que me permitiera regresar a este pueblo, que mi destino cruce Cabo Blanco.

Ahora podía entender porque Eminway, Maria Félix y otros se quedaron encantados por este lugar. Le dedicaron un libro y supongo que muchos piropos convertidos en buenas referencias. En este lugar el presidente de la texaco pescó el merlín que lo llevó al libro de los record guinees. Aquí en los 50, un famoso club, “Fish Club”, recibía a las personalidades más famosas de su tiempo.

Ya casi las 5 de la tarde, en el malecón, en forma de una barca pequeña, dejé que mis pupilas casi saladas contemplaran por última vez el mar. Casi colgado de la baranda de una camioneta regresé a “El Alto”, compré mi pasaje y esperé 13 o más minutos al bus.

De regreso buscaba en el discman una canción que en su letra me recuerde a Cabo Blanco o a las 5 horas en ese pueblo, pero la vida no es una canción y los momentos no son palabras, sólo esperaba que una melodía me devolviera la esperanza de regresar a un lugar donde descubrí que tengo un mar de amor por ti.
(1) A unos amigos.
(2) compañera de viaje.

sábado, diciembre 31, 2005

San Pedro: Refugio de Vida
La sombra de un águila planeando sobre la arena nos señala el camino hacia los Manglares de San Pedro. Entre el desierto de Sechura y el mar de Grau, una barrera de mangle se atreve a separar el desierto del mar y a su vez se convierte en refugio de vida de muchos animales y el hombre.

Salimos de Piura a las 9 AM, tomamos una combi en la avenida Sánchez Cerro y por 2.50 nuevos soles obtuvimos dos asientos hacia Sechura. Mientras un amigo me contaba de sus gatos: de “gatillo” y “gatilla”, me di cuenta que nos aproximábamos a Sechura. A esa distancia se podía observar la iglesia que se imponía airosa sobre la ciudad. Ya en el pueblo visitamos la catedral de San Pedro, esta obra de arte se construyó en el primer tercio del siglo XVII, su edificación duró aproximadamente 50 años. Tiene 12 metros de largo, 32 de ancho y sus torres se levantan a 44.3 metros y dicen que esconde un misterioso túnel que termina en el mar.

Salimos del pueblo rumbo al nor oeste, caminamos cerca de un riachuelo. Y conforme avanzábamos, nos sorprendió la gran cantidad y variedad de aves; sobre todo la elegancia que desprenden los flamencos al intentar elevar su vuelo. Decidimos avanzar en línea recta. Nuestro plan era llegar al manglar y navegar sobre el Body board hasta la desembocadura del río. Pero solo eran planes que se cancelaban conforme avanzábamos.

Los efectos del sol daban sus primeros frutos, en el horizonte una capa cristalina se asemejaba a un gran charco de agua, y una vez cerca desaparecía, era simplemente un espejismo.

Cerca del horizonte, corrimos con la esperanza de ver el manglar, el mar, u otra figura paisajística que no fuese sólo el desierto cubierto de pequeños arbustos. En ese instante algo se desplazo entre los arbustos, un pequeño zorro costeño corría y buscaba dizque alejarse del peligro, de nosotros. Supongo que no es común ver gente por donde no hay caminos. Éramos caminantes que se abrían camino al andar. Ya al final del horizonte, ante nuestros ojos, se abría otro tramo, y a lo lejos una línea verde de arbustos.


Nuestros diálogos se acortaban cada vez más, llegando a la conclusión que lo único en común era caminar, y en ese momento nos tomó por sorpresa un gran rebaño de ganado caprino, casi en estado salvaje, lo que menos esperábamos encontrar en el desierto.

El paisaje, conforme avanzábamos, se cubría de un escaseado pajonal y la arena poco a poco se volvía fangosa, una señal de aproximación al mangle; cambiamos los algarrobos y faiques por el mangle, bromelias y asteracias (caña brava). Luego seguimos un camino que se adentraba entre las ramadas. Ya se escuchaba el sonido de las olas que se deslizaban suavemente sobre la arena. Y con este murmullo aparecían las primeras dificultades, el camino cada vez más estrecho y enramado. Decidí avanzar solo para asegurarme si el camino tenía salida al manglar.

Las ramas me impedían el paso y conforme avanzaba estas, en forma caprichosa, se cerraban formando una especie de túnel, mis hojotas se hundían con facilidad en el fango, los insectos se estrellaban contra mi rostro. El murmullo del mar más fuerte y pronto escuché la voz de mi amigo gritando mi nombre, pensé en regresar. Pero había avanzado demasiado para volver.

Así que continué y cuando creí encontrar la salida, al levantar la mirada, me encontré con una gran barrera de arbustos, imposible de pasar. Un poco desilusionado y con varias picaduras de mosquitos regresé. Retrocedimos hasta el principio del camino, avanzando hacia el sur, en contra del río. A esta hora el calor era insoportable.
No tan lejos se podía observar unas pequeñas dunas, la sonrisa volvió a nuestro rostro. Caminamos de prisa, uno de los dos deseaba llegar primero, por mi parte no lo niego, pero ninguno se atrevía a decirlo, la velocidad de nuestros pasos aumentaba. Cuando me di cuenta ya estaba corriendo. Un momento, mi compañero de viaje practica el atletismo, sino me equivoco desde el colegio. Es decir, el espíritu deportista y los deseos de ganar, los tiene bien enraizados. Así que frené, no por miedo a perder sino por darle la contra. Este muy a su estilo se detuvo.


Caminando en la playa

Llegamos a la playa, esta parecía no tener fin, las olas pequeñas, su color medio turquesa pálido se dejaba deslizar sobre un colchón de caracoles. Cerca se podía observar algunas embarcaciones y a varias gaviotas que esperaban atentas el descuido de los pescadores para arrebatarle algunos peces.


Entre al mar, el agua un poco helada se convertía en el cómplice perfecto para vencer a ese calor casi insoportable. Cogí mi body board, me deje caer sobre el pequeño oleaje y nadé mar adentro para luego deslizarme sobre las olas. El tiempo transcurría y estábamos lejos de nuestra meta, de San pedro, a esta hora era casi un santo para nosotros, aunque me confieso que no soy un católico practicante.

Continuamos en la ruta, el bloqueador solar no era suficiente para este sol. Pero el recordar que a mi derecha el mar nos acompañaba era razón suficiente para avanzar. Mientras conversábamos sobre nuestros planes para este año, un ejército de cangrejitos corría de un lado a otro, eran miles. Estos cuando notaron nuestra presencia, frenaron repentinamente, y nosotros a la voz de tres corrimos tras ellos. Creánme, no atrapamos ni uno, claro, ellos estaban en su territorio y conocían cada centímetro de esa playa, el instinto los llevaba en pocos segundos a sus escondites. Y luego, en son de broma, sacaban sus tijeras para asegurarse si nosotros volvimos a atacar. Sin más, los dejamos en paz.

En el camino recogimos algunas conchas, caracolas y piedras de forma extraña para llevar a casa, pero cada uno quería encontrar la mejor, y cuando creíamos encontrarla pedíamos la opinión de otro. Y mientras discutíamos me di cuenta que una familia de delfines, nadaban muy cerca de la costa.
Que más le podíamos pedir al desierto, al mar, a nuestro viaje. Eran siete delfines que desaparecían y aparecían, uno de ellos corría en dirección de las olas, nadaba y se exhibía para nosotros, me atreví a lanzarme al mar para observarlos mejor. Estos animales nadan en familia y siempre en una determinada área, podría asegurarte que eran los delfines de la bahía de Sechura. Los observé hasta que desaparecieron entre las olas.


Conforme avanzábamos, la barrera verde(mangle) que se acercaba más al mar, ya casi a unos 20 metros, en lo alto de los árboles, un buen número de gaviotas, pelícanos y garzas competían por un espacio en una de las tantas ramas. Y cuando bajamos la mirada, una pequeña casucha de palitos, unas latas de atún era muestra que algún pescador estaba cerca.


A cinco minutos, encontramos a don Carlos, su apellido no recuerdo, él había amarrado su red en una estaca y esta se extendía sobre la mar, nos contó que dejaba la red toda la noche y al otro día tiraba de ella. El no se quejaba de la cantidad que pescaba, el mar le daba lo suficiente. Nos despedimos, pero nos olvidamos de preguntar la hora.

La gran barrera verde se abría en contra del mar, a esa distancia ya se avistaban algunos bañistas y algunas sombrías, era una señal que nos aproximábamos a la playa de San Pedro, a la desembocadura del río y al tan esperado manglar.


La tan espera llegada


Estábamos al lado izquierdo de río, al frente algunos bañistas disfrutaban de las olas, el sol y la rica fauna manglera. Mientras tanto un escaseado número de ambulantes esperaban ansiosos a los clientes que en su mayoría eran los pescadores. Las sombrías, de un color marrón dorado, elaboradas de hojas de palmeras bailaban al compás de la brisa marina; se confundían con el rústico paisaje.

Cuando preguntamos la hora, eran casi la 4:30 de la tarde. Abrimos nuestra mochila y a disfrutar de unos atunes y unos “kekitos” con fecha de vencimiento caducado. Luego, partimos a conocer el manglar, desde la playa son unos cien metros de distancia. El celeste pálido del cielo, el azulino opaco del río, el verde soleado de los arbustos y la arena de color húmedo se ven invadidos de una serie de chispas de distintos colores que se mueven de un lugar a otro, y que son la aves que viven en este hábitat.

A unos 40 metros, nos llama la atención el color palo rosa de los flamencos, no acercamos lentamente ya que estas aves son muy asustadizas. Algunas con la cabeza sumergida bajo el agua succionaban su alimento. Mientras nos acercábamos, el nivel del agua aumentaba; algunos flamencos observaban atentos, ya muy cerca, cuando me preparé a tomar “la foto”, estos levantaron vuelo. Abrieron sus grandes alas rojas, y de un pequeño salto, estaban pisando el agua, la acariciaban muy suavemente que ni se movía, era una danza perfecta sobre la superficie.

Regresamos tratando de asentar el pie con cuidado, para no pisar algún cangrejo o serpiente de río. Al extremo derecho del mangle había una familia de grullas, cerca ciento de pelícanos; volando: gaviotas dominicanas, peruana, gris, de Franklin, y algunas fragatas. En la orilla las garzas blancas buscaban su alimento, al costado un zarapito picaba en un agujero, cerca varios chorlitos corrían de un lado a otro. Una garza azul disimulaba su presencia mientras una familia de garzas reales se desplazaba al otro lado del río.

El mangle no solo es un refugio de animales. El hombre convive y vive de este pequeño ecosistema, desde muy temprano se desplaza y recorre estas aguas para sacar conchas negras, mariscos, caracoles, langostinos, cangrejos que terminaran en los restaurantes y hogares de muchas familias piuranas.

Estos “pescadores” han construido sus casuchas cerca del mangle, con paredes y techos de esteras se cubren del sol y se protegen del fuerte viento nocturno, unos cuantos palos ayudan a sostener las débiles paredes. Cerca de la casa, una estaca sembrada en el fango sirve de muelle de un pequeño bote, mas allá, cinco palos, apretados y amarrados entre si, forman una balsa.

Cuando un acalorado bañista trata de calmar su sed bajo la sombra de un puesto de comida, una gaviota espera con ansia los desperdicios. Cerca, un pescador recoge su red acosado por varios pelícanos. Mientras los flamencos sumergen sus picos en el fango unos visitantes intentan robarle unas cuantas fotos. Ellos son parte de un ecosistema, un claro ejemplo donde el hombre interviene y ha aprendido a convivir sin causar daño en su entorno.
El retorno
Luego que alguien corre y dizque juega con las garzas, regresamos a la desembocadura del mangle, el nivel de agua había aumentado, su temperatura nos invitaba a quedarnos pero el tiempo avanza. Alistamos nuestras cosas, el body board, a esa hora era un estorbo, y de regreso con pasos muy ligeros, tratábamos de competir con la tarde que se vuelve noche.

¡Oh, sorpresa!, un delfín varado frente a nosotros, corrimos, parecía muerto, pero tenía todavía la piel fresca y apenas respiraba. Era una cría, de aproximadamente un metro de largo, seguro que nadó muy cerca de la costa y las olas lo arrastraron a la orilla. El pequeño no tenia fuerzas ni para mover sus aletas. Lo cogimos de la cabeza, lo levantamos y lo pusimos sobre el body board. Luego lo arrastramos hasta las olas, pero este no reaccionaba, su destino ya estaba escrito, terminaría como alimento de los gallinazos. Lo dejamos en el mar. El delfín desapareció entre las olas, la esperanza de un milagro flotaba moribunda mientras el sol se ocultaba en el horizonte.


La noche daba sus primeras sombras, la luna por lo pronto ausente. Con pasos torpes buscamos el camino, discutiendo si fue por aquí o allá, entramos en el desierto y caminamos en dirección de un resplandor. Detrás de nosotros sólo se escuchaban las olas. Este poco a pocos se aleja mientras los tropezones eran sólo bromas, pero luego se convirtieron en un fastidio y finalmente en un peligro. Llegamos a una zanja, eso quería decir que faltaba mucho, salté y caí en medio de ella, me hundí hasta el tobillo, era fango podrido, luego, un poco más adelante caía mi amigo, también se embarró. Al tratar de salir se rompieron mis ajotas, el retorno se volvía cada vez más difícil. De hambre, sin agua, y sin linterna sólo la noche hablaba.

Después de una hora el cielo mostraba su mejor rostro, estrellado, en todo su esplendor; dibujaba la historia de Orión, quien apuntaba con su arco a Tauro para liberar a las siete hermanas. El resplandor que seguíamos, poco a poco se transformaba en una ciudad iluminada bajo la noche, sin mas llegamos a Sechura, eran casi las diez. Tomamos un taxi hacia Piura, sin hojotas, la ropa manchaba de fango, y mucha hambre, once y cuarto nos despedíamos en el cruce de la avenida Sullana y Sánchez Cerro.


Camino a casa, recordaba la marca del águila en la arena, las ramas que impidieron llegar al mangle, el zigzagueo de los cangrejos, el encuentro con los delfines, la llegada a la playa, el recorrido por el mangle, el vuelo elegante de los flamencos, el rescate frustrado de un delfín, el atardecer, la llegada de la noche, los tropezones. A esa hora, a 40 kilómetros por hora, sentado en un taxi, dejaba atrás buenos recuerdos que se prestarán a nacer cuando los necesitemos.



A mis tantas caminatas a San Pedro, las personas que conocí en esta ruta , y a dos amigos que me ayudaron a seguir el camino.
13/03/2005
Fotos : Ronald Pinedo Rivera
Silvia Peña

sábado, noviembre 12, 2005

Fotos rumbo al Mijal




Pobladores de Altamiza

Familia Peña tejiendo

Camino a Tierra Colorada

Atardecer en Altamiza

El encanto de un bosque

Viajamos cinco horas desde Piura, 186 kilómetros, pasamos por el desierto que poco a poco se poblaba de algarrobos y se cubría de pasto seco. Luego abandonamos el asfalto para retomar la carretera afirmada, ella se abría entre los cerros y de vez en cuando seguíamos alguna quebrada aguas arriba. Avanzamos por el típico bosque seco, donde predominan los ceibos y árboles de escaso follaje. Pero mientras el bus se inclinaba en cada curva, termine en un sueño profundo.

El frío me despertó, y cuando observé por la ventana habíamos llegado a Chalaco. El GPS marcaba 2200 m.s.n.m. Este pueblo es conocido como el corazón del andino central de la sierra de Piura, con 27 mil habitantes es el distrito menos desarrollado de la provincia de Morropón. Posee varios pisos altitudinales que ambientalmente le permitirían diversificar su producción agrícola. Estos pisos van desde los 700 m.s.n.m hasta su punto más alto a 3500 m.s.n.m. Por otro lado su figura paisajística y sus costumbres lo convierten en un posible destino turístico.

Almorzamos para luego revisar nuestro equipo: Bolsa de dormir, carpa, GPS, linterna, alimentos, etc. Lo básico; mientras menos peso más ligero. Aunque mi preocupación iba por mi compañero de viaje.

Rumbo al Mijal

Mi compañero de viaje, Felipe Varela, conocido como el Chasqui, ha recorrido el camino inca en 108 días, desde Aypate (Ayabaca) hasta Puno, de norte a sur, 2345 Km. Y otras rutas como Loja-Ayabaca, Ayabaca – Cajamarca. El reto, más que llegar a la meta, era seguirle el ritmo. Estaba un poco preocupado, pero a la vez recordaba mis dos caminatas de Piura a Paita, 60 kilómetros de asfalto, algunas rutas por la sierra y mis caminatas casi diarias de 16 kilómetros en la Reserva Nacional de Paracas.Ya casi las 3 de la tarde, salimos de Chalaco, rumbo al Mijal, avanzamos 2 Km. por la carretera, como dirigiéndose al Distrito de Pacaipampa, luego cortamos por un camino estrecho, y conforme avanzábamos, el camino se llenaba de charlos, poco común para esta época del año, un camino lleno de encuentros con campesinos que te saludan y preguntan como si los conocieras de antes. Sobre todo si tu compañero de viaje lleva un “pututo” (caracol marino utilizado por los chasquis para comunicarse entre ellos).

El camino nos trataba bien, pero necesitábamos descansar. Claro, hay que tomar los puntos de referencia para verificar a que altura nos encontrábamos. Por lo general los puntos de referencia eran los ojos o caídas de agua.
Llegamos a nuestro primer punto, Tierra Colorada, un caserío de Pacaipampa. Y como en los tiempos del incanato, el chasqui, todo pocero se preparaba a tocar el pututo. Los más entusiastas eran los niños, ellos un poco tímidos se acercaban y murmuraban quién era aquel señor de gran calva. El sonido era intenso, como el mugido de una vaca, los niños se reían y corrían detrás de nosotros.

Llegamos a una tienda y compramos un par de gaseosas. Conversamos con los comuneros de la importancia de cuidar nuestro medio ambiente, sobre todo de proteger el último bosque que les queda, el bosque del Mijal.

Luego, buscamos una tienda con la esperanza de encontrar atunes, pero nada. Ya casi a la salida del pueblo, nos llamo la atención los tejidos de la familia Peña. El esposo, muy emocionado, nos enseñaba los tejidos de su esposa, y ella no dejaba de adular que bien nos quedaban los sombreros mientras tejía una “jerga” (alfombra para piso o bancas).
Nos despedimos y continuamos nuestro viaje hacia Altamisa, un caserío que en los últimos tres meses había asustado a “los extraños”. Claro la población estaba atemorizada y en alerta por los problemas mineros generados en la sierra de Piura.



Llegada a Altamiza


El camino súper ligero, y como siempre yo adelantándome para llegar lo antes posible y fotografiar uno de esos atardeceres. Eran las cinco y media y otra vez el chasqui anunciaba su llegada a Altamiza con el pututo, fácil que a la caminata se le podía denominar “La ruta del pututo”, pero me daba gusto ver como los niños corrían a recibirnos, claro hay que tener en cuenta que las visitas no son tan frecuentes y sobre todo la nuestra. Si no tomaba “la foto” mi jefa no me creería, pero bueno, al ver la reacción eufórica de los niños, me olvide de tomarla.


Conversamos con los pobladores por un momento, les explicamos el propósito de nuestra visita. Les comentamos que estábamos recorriendo la zona para levantar información y elaborar la hoja de ruta turística para el distrito de Chalaco, y los beneficiados que esta actividad generaría en sus caseríos. Luego de nuestro conversatorio, terminamos preguntando por una tienda para comprar los atunes. Descansamos un rato, mientras esperábamos a la señora de la tienda.


En ese momento no me importaban los atunes, lo único que pasaba por mi mente era la hora de llegar al vivero y contemplar el atardecer. Un rebaño de ovejas me llamo la atención, los seguí, dejando a mi compañero atrás, y conforme pasaba la curva de la carretera, ante mis ojos se abría el paisaje en su máxima expresión. Seis y cuarto de la tarde, hora exacta para que el sol empiece a descender, este se atrevía a regalarnos un espectáculo único.


Mientras el chasqui conversaba con algunos niños, yo disfrutaba de un atardecer impresionante. Se que cada momento es único, pero me convenzo más al tener esta maravilla de la naturaleza frente a mis ojos.


Partimos de Altamisa luego de comprar los atunes, ya no había apuro de llegar a Vista Alegre, pero nos dimos cuenta que la noche estaba nublada y que en el campo la gente duerme temprano. Llegamos al vivero, preguntamos a la señora si nos podía dar posada, pero dijo que no porque estaba sola, al fin, éramos un par de extraños. No logramos posada.Así que en busca de posada, de don Pablo, de nuestro recomendado, “a diez minutos nomás”según doña Herminia. Suponíamos que llegamos porque no había rastros de otra casa más, así que a gritar: ¡Don Pablo! ¡Don Pablo! Hasta que salió una anciana y nos comentó que don Pablo estaba delicado de salud, pero un poco desconfiado nos invitó a pasar. No pedíamos mucho, un techito y un par de bracitas, para calentar el cuerpo y fumar unos cigarros.


Mientras comía el atún. Escuche dizque un diálogo en la radio. Me di la vuelta y pude ver a una persona que caminaba dentro de la cerca de la casa, a penas se notaba su rostro. Este daba vueltas para averiguar quienes éramos. Escuchaba algunas conversaciones en la radio, muy familiares. Sonreí, al darme cuenta que la persona extraña con “handy” era Agustín, un compañero de trabajo.Lo llamé y conversamos un rato y para nuestra sorpresa nos comentó que nos salvamos de ser desalojados porque en la casa pensaban, que mi compañero de viaje y yo, éramos mineros.


Estaba cansado, no por la caminata, más bien por las cinco horas en el bus. A esa hora, 8 y 20 p.m., el cielo despejado, perfecto para observar las estrellas o para contar la historia de alguna constelación. Cansado, decidí dormir y esperar la mañana para salir rumbo al bosque del Mijal.

lunes, octubre 24, 2005

Niños que siembran vida

A lo lejos, mientras el viento baila con un par de hojas y los rayos del sol dejan de quemar, se escucha la sonrisa y voz de algunos niños. Se acercan y avanzan jugando en medio de típicas calles de pueblo dirigiéndose como cada jueves al auditorio de la municipalidad. Es cerca de las cinco p.m. y los niños del distrito de Chalaco asisten al Jueves Cultural.

Mientras el resto de niños acomodan las sillas, Angelita, Julinho y Snayder preguntan que hay para el Jueves Cultural de hoy. Acaban de llegar las enfermeras e invitan a los niños a sentarse, y una de ellas les comenta que hoy hablarán de que alimentos deben consumir para crecer fuertes y sanos.

Les explican que ellos están en la etapa de crecimiento y que su cuerpo necesita alimentos suficientes para crecer y mantenerse. Claro, tienen que usar fichas y figuras para captar la atención de todos los niños. Luego se proyecta un video, proporcionado por la posta medica, sobre este tema. Ahora les preguntan que alimentos producen y siembran en sus chacras. Jerson dice que su papa siembra trigo, papa y menestras; otro niño, con voz un poco tímida, dice que siembran maíz, ollucos y oca. Angelita, dice que le gusta la leche y el queso, y su mamá la trae todos días cuando se va a pastar al ganado. De esto aprovecha la enfermera y les comenta que en la zona hay muchos alimentos ricos en proteínas, carbohidratos y vitaminas como la carne, leche, queso, papa, oca, maíz, menestras y algunos frutales que deben consumir de preferencia.

Luego se realizan pequeñas dinámicas de grupo y finalmente les proyectan películas de entretenimiento.

¿Qué es el jueves cultural?

Es un espacio cultural y de entretenimiento creado para los niños de chalaco. Esta actividad nació por iniciativa de Antonio Brack Eggel, quién donó sus video de su programa televisivo “La buena tierra”con el fin de que se proyectaran a la comunidad. Entonces la Municipalidad Distrital de Chalaco (la comisión de cultura) y el Programa de Desarrollo Sostenible de Ecosistemas de Montaña en el Perú, decidieron organizar esta actividad. Y desde el 18 de marzo de este año se viene realizando el “jueves cultural”.

Es así que a lo largo de estos meses, se ha logrado proyectar la mayoría de los videos de Antonio Brack, permitiéndonos realizar conversatorios con los niños, en temas como conservación del medio ambiente, reservas naturales, etc. Pero esta actividad no ha quedado solo en proyecciones. Con el slogan “Queremos vivir en un pueblo limpio”, los niños realizaron tres campañas de limpieza. Ellos recorrieron las principales calles de Chalaco juntando basura. Convirtiéndose en ejemplo para los habitantes y autoridades de este Pueblo.

También se ha realizado un video educativo, sobre limpieza. Los niños fueron los actores principales de este cortometraje que nos permitió involucrarlos directamente en el tema y como resultado logramos que los niños tomen conciencia de que importante es mantener un pueblo limpio ya que ellos viven y juegan en estas calles. Fue una experiencia novedosa, ya que se utilizó a los audiovisuales como una herramienta de sensibilización.

La tarde del jueves termina y con el nuestra actividad, en cambio, en estos niños nace las ganas de aprender y nosotros estamos comprometidos a darles un futuro mejor, un futuro que dependerá de ellos.